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El genocidio olvidado de Dresde




 

Una de las acciones bélicas más cruentas de la interminable relación de atrocidades que el ser humano ha sido capaz de cometer contra sus semejantes: el bombardeo de Dresde. La cifra oficial de muertos oscila entre 120.000 y 150.000 personas, más que las que perecieron bajos las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Y lo peor de este horror ha sido la losa de silencio con la que los dirigentes aliados de la Segunda Guerra Mundial, incluidos los de la Unión Soviética, sepultaron este holocausto. 
Durante más de un cuarto de siglo la inmensa mayoría de los alemanes sólo conoció el bombardeo de Dresde a través de su leyenda. Ninguna investigación, si se hizo, vio jamás la luz pública. Todo lo más, allá por la década de los sesenta, se publicó una novela de corte surrealista, Slaughterhouse-Five (Matadero 5), del alemán Kurt Vonnegut: es una historia vibrante y dolorosa, contada desde la perspectiva de un prisionero de guerra que compartió la trágica destrucción de la ciudad; no obstante, la narración contiene una gran dosis de ficción. Para el resto del mundo, sendos libros de David Irving y Alexander McKee bastaron para narrar el catastrófico bombardeo. 
¿Pero cuáles fueron las razones que llevaron al mando conjunto aliado a pulverizar la ciudad de Dresde? Todo parece apuntar a una serie de variables que, conjugadas en las circunstancias que en aquel momento marcaba la evolución de la guerra contra el Tercer Reich, determinó la elección de Dresde como objetivo esencial para dar un golpe de timón al conflicto armado. Además, los líderes aliados le habían prometido a Stalin la destrucción de Dresde, y se conjuraron para hacer toda una demostración del inmenso poder de destrucción que poseían. Veamos. 
 
Dresde era llamada la "Florencia del Elba" 

Dresde, situada al nordeste de Alemania, era una hermosa ciudad sajona atravesada por el río Elba. La urbe estaba fuera del mapa de los objetivos estratégicos del ejército nazi. Sus cerca de 750.000 habitantes vivían en aquellos días principalmente preocupados por la proximidad del frente soviético. La población juvenil había aumentado notoriamente en las últimas semanas, al haber sido trasladada a dicha ciudad de diferentes lugares por las autoridades germanas. También hacía poco que se habían estacionados allí a 26.000 prisioneros aliados, amén de grandes contingentes de refugiados y heridos alemanes provenientes de zonas en retirada. Y desde el punto de vista militar, Dresde carecía de defensas importantes, ya que habían sido enviadas a otros puntos neurálgicos. Por tanto, Dresde era una ciudad desvalida, sin ningún interés estratégico militar e industrial, que discurría ensimismada en su nostalgia histórica, como gran urbe cultural y refinada que fuera en otro tiempo. 

 

 

 

Martes de carnaval 

El 13 de febrero de 1945, martes de carnaval, estaba a punto de periclitar. A las diez horas y nueve minutos de la noche, las emisoras de radio alemanas interrumpieron sus emisiones por el toque del péndulo que se usaba para anunciar un ataque aéreo. Todo el mundo en Dresde pensó, como tantas otras veces, que se trataba de un ataque más a algún centro industrial del país. Se equivocaron por primera vez. Un reducido número de aviones de la RAF, del tipo Mosquito, irrumpió en el cielo de la ciudad guiado por el nuevo sistema de navegación Loran. Los nueve aeroplanos se dedicaron a marcar con indicadores rojos los límites de la ciudad y a iluminarla con bengalas de magnesio lanzadas en paracaídas. Sin tiempo para respirar, apenas pasados seis minutos, comenzó la lluvia de muerte arrojada por la primera oleada de 245 bombarderos británicos Lancaster. Sólo algunas baterías antiaéreas aisladas intentaron infructuosamente, desde las afueras de Dresde, contener el ataque. El único avión derribado lo fue por la explosión de una de las bombas lanzadas por encima de él. 
Un cuarto de hora después de iniciado el bombardeo, terminó lo que hubiera sido suficiente para cualquier objetivo militar: miles de casas, hospitales, escuelas y estaciones de tren convertidas en centros de refugiados, quedaron reducidos a escombros; las calles destrozadas e inundadas por la rotura de las tuberías de suministro de agua; postes de teléfonos y de alumbrado público tumbados; edificios desnudos devorados por el fuego; humo, polvo, escombros, y de entre este horror surgía un mar de gritos, lamentos y desolación. Según el testimonio de algunos pilotos, el humo y el fuego se veían desde 150 kilómetros de distancia. 





El segundo ataque
 

Pero la pesadilla no había hecho más que comenzar. A la una y media de la madrugada del día 14, cuando nada lo hacía presagiar, surgió del cielo la segunda oleada de bombarderos. La sorpresa de los sobrevivientes y socorristas que acudieron desde otras poblaciones cercanas, se transformó en pocos minutos en miedo pavoroso. La falta de electricidad impidió que sonaran las alarmas. Otros 550 aviones Lancaster, Liberators y B-17, precedidos de los aviones iluminadores, señalaron la ruta para lanzar las bombas incendiarias. Esta vez, el resplandor de la ciudad en llamas era visible desde más de 300 kilómetros de distancia. 
Y para más inri, los 18 aviones alemanes de caza nocturna en alerta a pocos kilómetros, no llegaron a despegar por falta de combustible y problemas en las comunicaciones, pues la aviación inglesa se encargó de interferir sus sistemas. 
 
En los dos ataques aliados intervinieron 1.400 aviones, que lanzaron un total de 1.477 toneladas de bombas explosivas, incluyendo 529 bombas de 2 toneladas y una de 4 toneladas; en cuanto a las incendiarias, fueron 650.000 bombas, con un peso de 1.181 toneladas. Toda un derroche para una ciudad repleta de civiles. 
Entre tanto, Dresde vivía el apocalipsis: los incendios devoraban las entrañas de la ciudad, vomitando fuego al cielo como si quisiera devolverle la ofrenda de muerte recién recibida. En el Imperial War Museum de Londres se guarda una película que muestra, durante 10 minutos, cómo el avión con la cámara da vueltas por la ciudad sin recibir ningún tipo de oposición: no hay reflectores, ni fuego antiaéreo, ni cazas interceptadores. No se ve nada más que fuego y destrucción. La proterva ciudad de Dresde, de estirpe y noble prosapia, estaba siendo reducida a cenizas; se había convertido en un infierno en el que ardían decenas de miles de seres humanos. 

 

Noche interminable. Cuando la luz del día se abrió paso, el socorro aprestado se manifestó impotente para atender a las víctimas de la tragedia. No había agua, ni alimentos, ni medicinas suficientes. Pero el designio humano aún tenía por delante la última prueba. Pasados doce minutos del mediodía, del miércoles 14 de febrero, una nueva oleada de 1.350 aviones norteamericanos, esta vez Liberators y B-17, estremeció de nuevo el cielo de Dresde, dando paso a otra tormenta de bombas con la que castigar a la agónica ciudad. El huracán de fuego que se desató y las ráfagas de viento a miles de grados de temperatura, mató a más personas que las propias bombas. Los edificios que aún permanecían en pie eran baluartes inertes sobresaliendo entre un océano de escombros y ruinas. Y como los cazas aliados P-51 de protección no tenían oposición, aprovecharon la ocasión para ametrallar a los sobrevivientes que escapaban de aquel infierno, corriendo por las calles destrozadas, así como a las ambulancias, carros de bomberos, carretas, automóviles y cualquier otra cosa que se moviera en tierra. 
En este tercer ataque, los bombarderos aliados arrojaron 475 toneladas de explosivos de alta potencia y 296 toneladas de incendiarias, en paquetes y racimos. Tampoco en esta oportunidad los cazas alemanes pudieron hacer nada, puesto que el grupo próximo a Dresde era de caza nocturna y durante el día no estuvo en servicio.

 

Un país sin memoria 

Desgraciadamente en Alemania no existen estadísticas ni archivos de todo lo que ocurrió en aquellas largas horas. Sí se sabe que de la compañía de bomberos de Bad Schandau, ciudad próxima a Dresde, no quedó un solo bombero vivo que pudiera contar lo ocurrido. En los días siguientes, cuadrillas de socorro se encargaron de dar sepultura en fosas comunes a los cuerpos mutilados y quemados, envueltos en papel periódico en el mejor de los casos. El día 6 de marzo apenas se había logrado identificar a 40.000 cadáveres. Durante semanas, ya entrada la primavera, el hedor de la ciudad acordonada se percibía desde kilómetros de distancia. Algunos soldados manifestaron haber visto enormes ratas que se alimentaban entre los escombros; incluso se dijo que animales de un circo, cuyas jaulas fueron reventadas durante los bombardeos, vivían entre las ruinas alimentándose de restos humanos. 

 

 

 

Pero volviendo a la pregunta inicial, de por qué se eligió Dresde para bombardearla, se sabe que durante los interrogatorios del mando aliado a las tripulaciones, éstas, al darse cuenta de lo que acababan de hacer, se hacían las mismas preguntas: ¿Por qué tuvieron que volar tan lejos para atacar un objetivo sin importancia? ¿Es que los rusos no podían ellos mismos atacar la ciudad, si era tan vital para sus operaciones? Para calmar los ánimos, los oficiales de Estado Mayor les respondieron con múltiples patrañas, como que en Dresde se encontraba el Cuartel General del Ejército alemán, también el de la Gestapo, que existían depósitos y fábricas de armas, que era un centro industrial de instrumentos de precisión, o que había fábricas de municiones y hasta una planta de fabricación de gas venenoso. 
Como se puede comprobar, una vez más, las mentiras para justificar la guerra es una constante en la Historia de la Humanidad. El caso de Dresde representa un hito más de los muchos en los que se evidencia que los gobernantes, una vez decididos a hacer la guerra, terminan sucumbiendo ante sus propios halcones, que no escatiman en esfuerzo para llevar sus malas artes a la máxima expresión: victoria a cualquier precio. Afortunadamente, hoy en día las sociedades democráticas tienen mayores y mejores medios de control del uso de la fuerza. Pero los excesos en los escenarios en conflicto continúan sucediéndose, aunque cada vez por menos tiempo. 

 

 

 

 

El crimen contra la humanidad que se cometió en Dresde, en aquel mes de febrero de 1945, ha pasado inadvertido a la posteridad. Es hora de rescatarlo para nuestra memoria. En necesario interiorizar este horrendo genocidio, pues nada justifica un uso de la fuerza tan desproporcionado, aunque el enemigo sea del pelaje del nazismo. Los seres humanos somos todos iguales, y vale tanto la vida de un civil de Gloucester como otro de Dresde. Y el bombardeo de Dresde tuvo todos los ingredientes de un experimento radical. Sí; la guerra terminó en Europa apenas tres meses después de aquel martes de carnaval. También sabemos que ese fue el tiempo en que un totalitarismo tardó en ser sustituido por otro, y que los democráticos aliados le hicieron el trabajo sucio a los nuevos señores. Y lo peor es que ni siquiera hoy, cuando comienza a esclarecerse la verdad, alguien está dispuesto a elevar una palabra de perdón, o una disculpa por aquel terrible crimen. Ni siquiera las almas de las decenas de miles de muertos en aquel genocidio cuentan con el consuelo de una oración, pues a los que sobrevivieron al horror les hicieron sordos para siempre. 

 

 


 

 

Número incierto de muertos 
* Un documento del Comité Internacional de la Cruz Roja, de 1946, decía que hubo 275000 muertos. Este número no era el resultado de investigaciones propias, sino de “informes” los cuales también contenían datos del ministerio de Joseph Goebbels que se ha demostrado son falsos. 
* El antiguo Jefe de Estado Mayor de Dresde, Eberhard Matthes, que entonces se ocupaba de los trabajos de desescombro, desde 1992 pretende que hasta el 30 de abril de 1945 habían sido completamente identificados 3500 cuerpos, parcialmente identificados 50000, y no identificados 168000. Y que en su presencia se le comunicó esto a Adolfo Hitler en persona. Sobre nada de esto existe ningún documento escrito, incluso se duda de que Hitler hubiera pedido tal información en el día de su suicidio. 
* También enciclopedias de divulgación (Britannica, Bertelsmann, Brockhaus) y medios impresos (Süddeutsche Zeitung, Die Welt, Frankfurter Allgemeine Zeitung) indicaron con frecuencia cifras no verificadas, de entre 60000 y 300000 muertos. 

 
Las pilas de cadaveres que devieron ser incendiados por temor a epidemias . 

 

 



 

 
Dresde luego de los ataques 

 

 

 

Racionalidad militar y crímenes de guerra 
Frecuentemente se considera que los ataques aéreos sobre Dresde son un ejemplo importante de conducta militar incorrecta de los Aliados, quienes a partir de 1945 se habrían aplicado principalmente contra la población civil y ya no eran decisivos para el final de la guerra. Como indicios de ello cabe citar los proyectos para dar un golpe de aniquilación, y la elección de centros urbanos muy densamente poblados y que no tenían grandes industrias. Se duda de que los ataques se dirigieran a las infraestructuras militares prinicipales de Dresde. Justamente lo contrario indicaban los lugares donde cayeron marcadores de objetivos, la caída nocturna de bombas incendiarias en la Altstadt y la circunstancia de que los aeropuertos, las fábricas y los cuarteles del norte de la ciudad resultaron mucho menos dañados. Además se alega que Dresde carecía de interés militar y de defensas. 
El obispo anglicano George Bell declaró en la Cámara Alta en febrero de 1943, de manera vehemente y repetida, que los bombardeos de ciudades por los británicos infringían las leyes internacionales, amenazaban los fundamentos éticos de la civilización occidental y destruían las posibilidades de una futura reconciliación con los alemanes. Con él sólo se alinearon dos representantes laboristas en la Cámara de los Comunes, que se opusieron a los bombardeos de área. 
 

 

 


 

Fuente:http://cuentayrazon.blogcindario.com/2005/02/00008-dresde-la-memoria-del-horror.html  
http://www.gnosticliberationfront.com/apocalypse_at_dresden.htm 

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