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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Los españoles que liberaron París

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Está bien visto "revivir" el pasado. Sin embargo, Francia otorga en dosis homeopáticas su reconocimiento a los extranjeros que participaron en su Liberación. Ningún monumento de envergadura rinde homenaje, por ejemplo, a los miles de españoles que combatieron la ocupación nazi. En este 60º aniversario de la Liberación de París, ¿por qué escatimar el agradecimiento y olvidarse de homenajear a las mujeres y hombres que junto a los franceses murieron por la libertad?  Luego de la Guerra Civil de 1936-1939, muchos españoles se unieron a las filas de la Resistencia o al Ejército de la Francia Libre. Así lo recuerda un cuadro de Picasso ubicado junto al famoso Guernica en el museo Reina Sofía, en Madrid; se titula Monumento a los españoles muertos por Francia. En efecto, los republicanos de allende los Pirineos marcaron con su impronta la Liberación. Su presencia es reconocida en el Sur de Francia, pero más de 10.000 combatieron en todas partes, tanto en Bretaña como en

El farmacéutico de Auschwitz

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Los trenes de mercancías llegaban cargados de deportados, y un simple farmacéutico -un hombre gris y anodino- ejercía el terror en la rampa. Sin acritud, con amabilidad, decidía quién debía ir a la cámara de gas y quién era apto para el trabajo de Auschwitz. El escritor de origen rumano Dieter Schlesak hace un retrato del hombre que cumplía órdenes, y nunca las cuestionó. Un rostro anodino, hinchado, bien alimentado. Un hombre banal, un visitador médico, un buen bailarín, un afable vecino, un trabajador nato, un SS eficaz, un asesino, un genocida, un hombre («si es que esto es un hombre»). Tan «solo» el encargado de decidir a la llegada de los trenes quién merecía vivir y quién se sumaba a la cola de las vidas estériles, el cancerbero de la rampa, el dedo que señalaba a los recién llegados la dirección a la cámara de gas, o bien, si aún servían para esclavos, el camino al infierno de Auschwitz. Victor Capesius lo hacía con la amabilidad de los buenos empleados, con la mentira

La matanza de Manila

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Fue en los compases finales de  la II Guerra Mundial , cuando sólo faltaba por saber cuándo y cómo desaparecería el Eje. Mientras los Aliados iniciaban la carrera hacia Berlín, Japón era bombardeado sin descanso desde las islas de Guam y  Saipán , apenas a cuatro horas de vuelo de los B-52, las temibles “fortalezas voladoras”. Pero para dar el paso de la invasión era preciso tomar antes un territorio cercano y que pudiera servir de base operativa, desde luego más grande que esas pequeñas islas arrebatadas a sangre y fuego. Filipinas, así, convertido en el cauce principal del avance Aliado hacia Tokio, volvió a ser escenario de batallas cruciales, esta vez para expulsar a los japoneses. Fue  un  tarea relativamente fácil, en buena parte gracias a la superioridad tecnológica y material que ya entonces ostentaban los Estados Unidos. La marina de guerra nipona, de hecho, fue aniquilada en la batalla de  Leyte , en una lucha desigual donde los americanos dispararon casi como a los patit