EL ORO DE QUILACOYA
“Son de oro, en lavaderos o placeres, fueron descubiertas en 1552 por Pedro de Valdivia, en la quebrada del estero de aquel nombre y se sacaban de ellas sobre 90 kilos al día de ese metal. Se formó un asiento de minas en octubre de 1553, que se despobló a la muerte de Valdivia, pero se restableció poco después y luego se abandonó por el agotamiento de los lavaderos” (Luis Risopatrón)
Hasta ese momento, Pedro de Valdivia solo había permitido la extracción de oro en Marga-marga y en algunos sectores de la Serena, queriendo cimentar, primero la conquista en la región sur.
Según contaba él mismo al rey, en la carta que enviaba con Jerónimo de Alderete: “Así mismo lleva el capitán Alderete el oro que de los Reales quintos…y como al presente no se saca oro sino en la ciudad de Santiago y la Serena, que no consiento se saque en las demás que tengo pobladas, a causa de asentar y cimentar bien los naturales y que los vecinos se perpetúen en hacer sus casas, sembrar y criar por ennoblecer la tierra…(Carta al rey Carlos V, 26 octubre 1552).
Sin embargo, fundadas ya varias ciudades en el sur, La Imperial, Valdivia, Villarrica, los Confines; y los fuertes de Purén, Arauco y Tucapel; Pedro de Valdivia creyó consolidada la conquista por lo que “dispuso el descubrimiento de minas que mejorarían el reino; para cuyo efecto se despacharon varias personas inteligentes en busca de ellas, y después de haber recorrido mucho, volvieron los emisarios gozosos por el descubrimiento que habían hecho y que demostraban ser muy ricas, principalmente las de Quilacoya, cuya noticia la celebraron los españoles con singulares muestras de alegría” (Pedro Córdoba y Figueroa)
Aunque el principal descubrimiento de oro se produjo en este villorrio a orillas del río Biobío, cerca de Concepción, también se hallaron otras vetas en la Imperial, en el río Carahue; en lomas de Calcoimo y Relomo, en el rio Cautín; Repocuro, cerca de la ciudad de Valdivia; Tucapel y Los Confines. “Los indios, al principio juraron no descubrir oro alguno para que no los obligase a trabajar en las minas; pero después las descubrieron a ruego e instancia de los españoles y se sacaron granos muy gruesos de a cien y doscientos pesos”. (Benjamín Vicuña Mackenna)
“Cuando Pedro de Valdivia llega por última vez a Concepción (a fines de 1552), se acababan de descubrir los excepcionales placeres auríferos de Quilacoya, ubicados a 8 leguas al sur este de la ciudad. Don Pedro los toma para sí y en septiembre de 1553, al regresar Francisco de Villagra de su expedición allende los Andes, “Encontró a Pedro de Valdivia y a todos, poseídos de la fiebre del oro” (Augusto Millán)
Según Mariño de Lovera, “la riqueza [de las minas de Quilacoya] es tan excesiva que solo los indios que sacaban oro para el gobernador, le daban diariamente más de cinco libras de oro fino”. Aquel asiento de minas “se comenzó en el mes de octubre de 1553, poniendo para ello mineros españoles que gobernasen a los indios porque pasaban de 20 mil ¿? Los que venían a trabajar, acudiendo de cada repartimiento una cuadrilla a sacar oro para su encomendero”.
En esos años, “El oro que los españoles poseían era mucho, porque todo el trato de compras y ventas era en oro en polvo y en tejos y las penas de la justicia eran también de a quinientos y mil pesos de oro. Lo común era que a Pedro de Valdivia le daban cada día entre mil y mil doscientos pesos de oro, como lo declararon los mayordomos que tenía en las minas para recoger los tributos, y todos los sábados pesaban lo que se juntaba”.
“Este era el estado de las cosas de este reino en aquel tiempo donde apenas había hombre a quien no le alcanzara buena parte del oro que se sacaba, y así eran grandes los regocijos que se hacían en la ciudad de la Concepción y no pocos los tejos y barretas que iban y venían en los tablajes” (casas de juego) (Mariño de Lovera).
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FUENTES: “Diccionario geográfico de Chile”, Luis Risopatrón; Carta de Pedro de Valdivia; “Historia de Chile”, Pedro Córdoba y Figueroa; “La edad del oro en Chile”, Benjamín Vicuña Mackenna; “Historia de la minería del oro en Chile”, Augusto Millán; “Historia general del reino de Chile”, Diego de Rosales y “Crónica del reino de Chile”, Pedro Mariño de Lovera.
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