Mis Lecturas: Los Cataros. -- Stephen O'shea


Los Cátaros, de Stephen O’Shea, es un libro fascinante sobre la creencia dualista que floreció sobre todo en el suroeste de Francia (región del Languedoc) y en parte del Reino de Aragón en la segunda mitad del siglo XII y el comienzo del siglo XIII.







Divididos en Perfectos y Credentes, los primeros eran aquellos cátaros que habían recibido de algún otro Perfecto el consolamentum, especie de sacramento, y que habían adoptado la forma de vida cátara en su plenitud, comprometiéndose a ayunar con frecuencia y privándose voluntariamente de consumir carne y de tener relaciones sexuales, entre otras formas de ascetismo. Para los encargados de juzgar y condenar la herejía, eran “herejes perfectos”, completos, a los que no les cabía la misericordia que se podía conceder a los meros simpatizantes o credentes, que eran mucho más numerosos.



Ni perfecti ni credentes utilizaban esos nombres para referirse a sí mismos, ni tampoco la denominación de “cátaros”, que según la etimología tradicional proviene del griego καθαρός (katharós), “puro”, aunque es plausible que se relacione con el latín cattus “gato” o alguno de sus derivados romances; a los cátaros, como a las brujas, se los asociaba con el gato como símbolo del demonio o como parte de ceremonias obscenas.



Podemos especular que la herejía cátara en realidad podría haber sido  ser una religión distinta. Los cátaros creían que el mundo material había sido creado por un dios malvado (Demiurgo). la Tierra era así el único verdadero infierno. El Dios bueno habitaba en el cielo, al que sólo podían llegar los espíritus de los hombres que lograran desprenderse de los deseos carnales. Los perfectos, si mantenían ese estado, podrían al morir evadirse de la prisión del cuerpo y del mundo material; los demás estaban condenados a reencarnarse una y otra vez. El dualismo o maniqueísmo (creer en dos dioses opuestos) era tan herético como la creencia en la reencarnación, pero además los cátaros consideraban:

  1. Que el consolamentum (que transmitía el estado de perfección) sólo valía en tanto el perfecto que lo administrara fuera moralmente correcto (donatismo);
  2. Que el cuerpo de Jesús crucificado no había sido real, sino una mera apariencia o ilusión (docetismo);
  3.  Que Cristo era un espíritu puro sin cuerpo, de naturaleza exclusivamente divina y no una unión de humana y divina (monofisismo).
 La mayoría de los sacerdotes, y sobre todo  los obispos, llevaban una vida obscenamente libertina y licenciosa a la vista de los fieles, la idea de que la inmoralidad conllevaba la pérdida del poder sacramental era una amenaza al orden social.

 La amenaza del dualismo era más insidiosa. Aunque la Iglesia se la pasa advirtiendo a los pobres y crédulos sobre el poder del demonio y la necesidad de no aferrarse a las cosas de este mundo, el cristianismo considera que Dios creó el mundo y que todo lo creado era originalmente bueno (y puede servir para un buen fin). Para los cátaros, todo lo creado por el Demiurgo es malo y debe ser rechazado: el dinero, la comida, el lujo de cualquier clase, el sexo, el poder terrenal. Cosas que sus enemigos disfrutaban y a las cuales no estaban dispuestos a renunciar. 

Más subversivo todavía era que los cátaros respetaban al pie de la letra la advertencia de Jesús sobre los juramentos, y sin estas promesas de lealtad divinamente sancionadas se derrumbaba la estructura de vasallaje que mantenía precariamente unida la sociedad feudal.

La historia de los cátaros es, mayoritariamente, la historia de su destrucción. A partir de las implicaciones de su doctrina uno podría imaginar por qué la Iglesia decidió terminar con ellos, sin tener que achacárselo exclusivamente a la intolerancia dogmática: los cátaros eran subversivos del orden establecido. No obstante, incluso este abogado del diablo tiene que atender razones. Un hilo conductor recorre la narración que hace O’Shea: una progresión casi constante que comienza con un territorio pacífico, próspero, orgulloso de sus raíces locales, diverso y tolerante, y termina con una tierra devastada, sometida a la indignidad, a un poder extranjero y a la intolerancia y el terror.

Ante la amenaza del catarismo, Inocencio III, apoyado por los señores feudales, promovió una serie de campañas bélicas que desde 1209 hasta 1229 realizaron con éxito una sangrienta misión: el exterminio del catarismo.


Stephen O'Shea nos presenta un emocionante e ilustrador cuadro de la Francia medieval, así como una evocación de otra época que lleva a pensar que la intolerancia religiosa es intemporal.

"Una crónica apasionante de uno de los episodios mas vergonzosos de la historia de la Iglesia en la Edad Media."

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