La matanza de Manila
Fue en los compases finales de
La violencia que tuvo lugar a partir del 3 de febrero dejó a todos con el paso cambiado. La liberación sin apenas violencia de los occidentales concentrados en el campus del barrio España de esa universidad, la masantigua de Asia, fue un éxito completo. Pero desencadenó unas expectativas excesivas y el general MacArthur proclamó inmediatamente, el 6 de febrero, que la ciudad había caído a las 6 y media de esa misma mañana. No era cierto. La vanagloria desbordante de ese general le llevó a dedicar más tiempo a pensar cómo ufanarse (en un desfile planeado para esa misma tarde) que en sopesar los desafíos pendientes. Porque desde Tokio el ministerio de la Marina le ordenó al comandante Iwabuchi Sanji (el apellido antes del nombre) evitar, con los cerca de 15.000 efectivos a su cargo, que la ciudad y su excelente puerto natural pudieran ser utilizados en el ataque final a Japón. Esta orden, uno de los muchos ejemplos de la rivalidad interna entre Marina y Ejército de esos años, fue mucho más que un contratiempo. El avance de los soldados de MacArthur pasó a ser fieramente resistido por unos soldados que, sin escapatoria, no sólo emplearon la arquitectura centenaria del período español como su mejor escudo sino que, en demasiados casos, utilizaron a los residentes civiles como su moneda de cambio final; morirían matando. El final de los combates, así, tardó en llegar un mes y en ese lapso de tiempo Manila se convirtió en la versión urbana de la estrategia de “tierra quemada” utilizada años antes por Stalin, incluso en el coste humano, porque la cifra de muertes civiles se calcula en 50.000, de los cerca de 600.000 que tenía
Los españoles sufrieron como el resto de los habitantes y en algunas de esas masacres constituyeron la mayoría de las víctimas. Las hermanas vascas Rosario y Josefina Gárriz, por ejemplo, perdieron a maridos e hijos en el Club Price, a otros cuatro primos y la cuñada en el Club Alemán y a un primo más, Laurentino, sin saberse bien si la culpabilidad recaía en la metralla de una bomba americana o en el tiro de un soldado japonés: en el listado consta “procedencia dudosa”. Fueron las víctimas más numerosas, por ejemplo, en las residencias de dos personajes de la comunidad española, ambos relacionados con
El último cobijo ante el avance americano, Intramuros, la antigua capital amurallada, sumó devastación a las muertes, que incluyeron a misioneros, puesto que allí estaban los conventos-madre de las órdenes religiosas. El día 18, al poco de comenzar el acoso contra el recinto amurallado, un centenar de españoles y mestizos refugiados en
Con el fin de la lucha, Manila empezó una nueva etapa habiendo de reinventarse, literalmente, desde sus mismos cimientos. Su parte de identidad hispana fue una de las más perjudicadas. Los residentes españoles disminuyeron drásticamente su número. De los cerca de 2000 españoles (con cédula de nacionalidad) previos a la guerra, 238 de ellos murieron (cerca de cincuenta religiosos, otras tantas mujeres y alrededor de 250 heridos) y pocos meses después, otros 300 regresaron definitivamente a España, algunos con una mano delante y otra detrás. Además, también desaparecieron muchos otros miles de mestizos de origen hispanizado que sentían una doble lealtad, tanto hacia su país de origen como al lugar donde vivían. Pero la fisonomía de Manila también cambió radicalmente, y no sólo por los restos centenarios desaparecidos de forma definitiva. Se dejó para siempre de utilizar la lengua española por la calle, tal como había ocurrido hasta entonces en Ermita y Malate, meca de los hispanistas frente a los llamados sajonistas, donde los censos del año 1939 indican un tercio de sus moradores eran hispanohablantes, algo excepcional cuando la media del país era el 2,7%. En la posguerra, los hispanohablantes ya no tuvieron barrios donde se concentraban y el idioma quedó reducido al ámbito de lo familiar y de los círculos de amigos más íntimos. Filipinas, así, perdió esa hispanidad que en la primera parte del siglo XX le había valido para compensar la influencia americana, en un curioso ejemplo de identidad colonial devenida en uso anticolonial, y abrazó con pasión al país que le había librado del yugo japonés. Ahora, las tornas han cambiado, pero lo español ya no es sino parte de la historia en Filipinas. Ocurrió a partir de esta batalla, pero no desde 1898.
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