Una visita a los miserables guetos en los que malviven los gitanos de Rumanía explica por qué estos huyen a Europa

FOTOS: ENRIQUE SERBETO
E. S.
E. S.
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Al doblar la esquina, encima de un solar devastado, alguien escribió una grosera pintada: «Los rumanos, que me la...» El barrio de Ferentari es, como reconoce el secretario de Estado de Asuntos sociales, Valentín Mocanu, «ejemplo de lo que no se debería haber hecho jamás». Un gueto de hormigón como un laberinto de edificios de apartamentos en el que la dictadura comunista obligó a asentarse a los gitanos que vagaban por la capital. Ahora es el lugar más peligroso e insalubre de Bucarest. Cuando el taxista consulta a un transeúnte por la mejor manera de acercarse, este le responde con un gesto de extrañeza, preguntándose para qué querría un extranjero ir a Ferentari si no es para comprar droga, y se lo hace saber llevando su dedo al antebrazo como si se estuviera inyectando. «Donde hay gitanos hay problemas», concluye.
En Rumanía las opiniones sobre la expulsión de gitanos en Francia se resuman en dos: los que creen que Sarkozy actuó bien «porque se lo merecen», y los que se lo reprochan porque el resultado es que los ha devuelto a Rumanía. «Y los gitanos, cuanto más lejos mejor». Para la mayoría de rumanos, no existen los matices de lo políticamente correcto. Nadie quiere a los gitanos, ni cerca ni lejos. Por ello, los expulsados de Francia se preparan para marchar a España o donde puedan ganarse la vida, tan difícil para ellos en su país de origen.



Radu, que aparenta tener unos 45 años, acaba de volver de Francia a su chabola a medio construir en Calvini, a unos 150 kilómetros de Bucarest, a una aldea poblada solo por gitanos. No fue expulsado, sino que prefirió poner pies en polvorosa cuando supo que la policía estaba destruyendo los campamentos donde malvivían, aunque dejó allí a su mujer y a sus 5 hijos en una casa abandonada de las afueras de París. «¿Qué quiere que haga? En cuanto se calmen las cosas volveré. Allí si me gano diez euros, podemos vivir dos o tres días. Aquí en Rumanía no tengo nada que hacer ni qué comer». La aldea es una sucesión de casuchas esparcidas entre calles irregulares sin pavimentar, que estos días de otoño se han llenado de charcos y barro, como casi todos los lugares donde viven los 3 millones de gitanos de Rumanía.  Dejaron de ser nómadas a la fuerza; durante la dictadura comunista, Ceaucescu les forzó también a dejar sus hábitos tradicionales de manera que aunque viven en las minúsculas parcelas donde les dejan construir una casa, no se integraron ni en el viejo comunismo ni en la nueva economía de la Rumanía europea. Simplemente van vagando en busca de qué comer y vuelven a casa cuando pueden.
Muchos de los hombres de Calvini están en la misma situación que Radu, pero es difícil lograr que se identifiquen o que reconozcan con su verdadero nombre que han formado parte de los vuelos de repatriados, porque saben que las autoridades francesas han tomado nota de sus documentos. Solamente un joven que afirma llamarse Kostel Hatachi asegura que fue traído en uno de los aviones y, a juzgar por su ropa nueva, probablemente ya se ha gastado parte de los 300 euros que le dieron como indemnización: «De todos modos, no pienso volver a Francia -dice con claridad-, en cuanto pueda, esta vez iré a España». Gheorge Ursaru, concejal del ayuntamiento de Calvini y miembro del Partido Gitano Proeuropeo, está convencido de que «el treinta o cuarenta por ciento de los que ve en el pueblo van a volver, muchos a España, desde luego, porque la pobreza los expulsa de aquí y eso es peor que la policía».
La pobreza y seguramente el hecho de que la sociedad rumana no acaba de aceptar como propios a estos antiguos esclavos obstinados en seguir viviendo según sus tradiciones. Ni siquiera personalidades tan conocidas como el tenista Ilie Nastase tienen reparos en afirmar públicamente su opinión. Este jueves declaró a un diario deportivo que «si fuera presidente de Rumanía, enviaría a todos los gitanos a Harghita», una remota provincia de Transilvania con mayor población de origen húngaro: «Veo a los políticos condenando a Francia y hablando de derechos humanos y de libertad de movimientos y yo les digo que a mí tampoco me  gustaría que viniera alguien a acampar delante de mi casa para andar pidiendo y asustando a los niños».
Nicoleta Bitu es abogada en Bucarest, sacó las mejores notas en la universidad y,  sin embargo, «para los demás, no soy más que una gitana». Por ello ha creado una organización, Romani CRISS, que es la que mejor ha estudiado los efectos de la política francesa. «Sarkozy se ha gastado el dinero de los contribuyentes sabiendo que más de la mitad ya han vuelto a Francia. Entre una cosa y otra, cada gitano repatriado le ha costado a Francia más de 1.500 euros, ¿se da cuenta? Con ese dinero se podrían haber hecho las cosas de forma muy diferente, pero esto ha sido algo completamente inútil porque en cuanto llegaban nos decían que su intención era regresar. Yo diría que la mitad probablemente ya habrán vuelto».
Robar para sobrevivir
A Bitu no le importa tanto si hay acusaciones concretas contra los expulsados, porque «en realidad han sido expulsados de forma colectiva, lo que va contra las leyes europeas». Para el resto de los rumanos, no hay muchas dudas de que al menos algunos tienen otras cuentas pendientes con la gendarmería. Si se les pregunta, los gitanos expulsados de Francia lo niegan: «El problema son los árabes, que son los que roban y luego nos culpan a nosotros, cuando lo único que hacemos es buscar en la basura». Pero otros que se resisten a salir al extranjero explican por qué no lo hacen: «Tengo miedo de lo que pueda pasar, ya que los que viajan allí me dicen que para sobrevivir hay que robar». No es difícil deducir que de estas peculiares relaciones entre algunos gitanos y la propiedad privada se quejen también quienes se esfuerzan por respetar la ley y el resto de los rumanos, que en el extranjero temen arrastrar el mismo sambenito. Daniel Vasile, vicepresidente del Partido Gitano Proeuropeo, cree que es «a causa de esos estereotipos que se ha creado esa sensación de inseguridad social», y aunque  reconoce que «hay un tipo de gitano que quiere beneficios fáciles y para el que Occidente es como un espejismo en el que todo está al alcance de la mano», insiste en que «mientras haya una parte de la población sin existencia administrativa ni modo legal de subsistencia, el problema no se resolverá».

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